sábado, 21 de julio de 2012

Fortunato

Fortunato se vino a Santa Fe desde Corrientes en 1862 para estudiar en la afamada escuela de los jesuitas santafesinos: Tenía 14 años. Luego lo seguirían varios de sus hermanos.

Al egresar en 1866, Fortunato entró en la milicia santafesina en donde, con los años, llegó a ser Sargento Mayor y vicecomandante de la guarnición de Santa Fe. Por tal motivo, fue edecán militar del Gobernador de la provincia y se alternaba con el comandante de la guarnición en turnos semanales en donde se quedaban todo el tiempo de guardia en la casa de gobierno, en carácter de jefes de la custodia del mandatario. Esa semana vivían en la Casa de Gobierno de Santa Fe, incluso dormían en ella, al igual que el Gobernador.

Cuentan las malas lenguas que al salir de su guardia semanal, lunes por medio a primera hora, el Sargento Mayor Fortunato Cámara iba con su caballo al bar que se encuentra frente a la Plaza de Mayo, en General López y San Martín y se tomaba toda la ginebra que podìa. Lenguas todavía mas malas dicen que convidaba el licor a su caballo hasta que no daban más y se volvìan por General Lòpez hasta 4 de enero, donde vivìa, haciendo eses por el centro de la calle. Sí, tanto el humano como el equino, porque el militar no podìa ni subirse al caballo y recorrìan esas cuatro cuadras por pura costumbre e ignorando las líneas rectas. Claro, siempre según las malas lenguas, que en Santa Fe nunca son pocas.

Luego estuvo encargado de la disposición final de la moneda provincial suplantada por la moneda nacional y, a su vez, la milicia santafesina, junto con la de Córdoba, fueron incorporadas al Ejército Nacional poco después de la batalla de Pavón, por lo que se retiró con el rango de Mayor del Ejército Argentino. Según la historia familiar, su uniforme santafesino está en el museo militar. 

Parece que don Fortunato se ganó la loterìa del Uruguay, o tal vez se quedó algún vuelto, vaya a saber. La cuestión es que, ya retirado, viudo y con plata, se le dió por irse a Paragüay y poner una joyería. La afición a la relojería, adquirida en su tiempo militar de armero, experto en mecanismos de bombas y armas, seguramente le marcó el camino.

Allí en Asunción no pudo con su genio y se metió en la política hasta que una revolución le quitó todo y se tuvo que volver a la Argentina, sin nada, salvo una esposa paraguaya y sus hijos. Su nieto Guillermo contaba que lo fue a rescatar de los vagones en desuso del ferrocarril a él, su mujer e hijos. Esta poco después lo abandonó y ciertos comentarios hablan de mucha gente con su apellido, con sus genes o no.

Los últimos años los pasó viviendo de su retiro como oficial, muy cerca de la casa a donde décadas antes volvía borracho y hastiado de las insoportables guardias. Como la paga nacional de militar retirado no llegaba regularmente, Fortunato, urgido por sobrevivir, empeñaba su galera y su bastón, resabios de los tiempos de abundancia. Cuando la Nación cumplía, los valiosos recuerdos eran rescatados del poder del prestamista.

Cuando fue el intento de revolución radical de 1932 que regó la sangre de los hermanos Madeo en las escalinatas de la Casa de Gobierno, la misma que él había desgastado durante tantos años de servicio, Fortunato se fue de su casa. Seguramente se habría excitado por los sonidos de las armas, y habría querido volver a aquel pasado suyo de pólvora y sangre. Su hijo era dirigente radical, pero no podemos asegurar que él estuviera con los revolucionarios o con aquel gobierno golpista y proscriptivo integrado por sus ex camaradas de armas. Bueno, ya estaba senil.

¿Habrá jugado su destino en la batalla, quien sabe si no en pantuflas y pijama de anciano? Tal vez aquel tumulto lo haya hecho volver a su Corrientes natal, en donde se libraron muchas batallas de ese intento. Vaya a saber en qué osario blanquearán sus huesos apolillados de pretendido combatiente. Nunca se supo si vivió más tiempo errando en la demencia senil, o falleció allí mismo en algún combate. Nunca se volvió a saber nada del Mayor Fortunato Cámara, 84 años, correntino. Mi abuelo. Ni de su vida, ni de su muerte, ni de sus restos.




Esteban Cámara
Santa Fe, 21 de julio de 2012

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