MATERIALMENTE POBRES, por Silvio Rodríguez
Tomado del blog de Silvio Rodríguez, Segunda Cita, http://segundacita.blogspot.com.ar/
La
verdad es que somos materialmente pobres. No tenemos grandes
yacimientos, excepto de níquel, cuyo valor ha bajado en el mercado
mundial en los últimos años. También parece que tenemos algo de
petróleo, lo que se está explorando todavía. Estamos rodeados de agua
salada pero tenemos poca dulce: no tenemos ríos caudalosos de los que
pudiera extraerse fuerza para turbinas generadoras de electricidad.
Nuestro más valioso yacimiento es el humano, porque gran parte del
pueblo está instruido, gracias a una política correcta que se instauró
desde hace medio siglo. Eso y la tierra, aunque es difícil que un pueblo
educado decida dedicarse a la agricultura. Los estudios relacionados
con el campo trataron de estimularse, pero la mayoría quería ser médico,
ingeniero, arquitecto, o sencillamente vivir en las ciudades. Uno de
los dramas anteriores a la Revolución era que las tierras pertenecían a
grandes latifundios, generalmente de empresas foráneas; los que la
trabajaban no eran propietarios sino peones. La Revolución hizo dos
reformas agrarias y repartió tierras a quienes las querían trabajar,
pero por una política agraria sin luz larga los hijos de los
propietarios de tierras se fueron de los campos, y hoy resulta que hay
que importar la mayoría de los alimentos que consumimos, a pesar de que
podríamos producirlos.
No me ofende que alguien nos diga pobres, porque somos dignos.
Fuimos capaces de lanzarnos a una concepción elevada del ser humano.
Quizá pecamos de idealistas, pero teníamos dos mundos que comparar: el
injusto que habíamos vivido y el solidario que soñábamos construir. Los
desganos actuales no son por falta de memoria: es que los que comienzan a
decidir no tienen edad de recordar lo que fuimos. Y ¿qué convence a las
nuevas generaciones de que respondan por las vidas de sus abuelos, más
que por la propias? El mundo parece funcionar por reglas ancestrales,
por lo básico que se suele entender: si trabajas, tienes; si tienes, te
das el gusto de hacer lo que desees.
La actualidad parece estar violentando nuestro espíritu al volvernos
realistas, lo que en cierto sentido podría parecer que nos empobrece,
porque nos hace sacar más cuentas, no sólo de lo que tenemos y aspiramos
sino de lo que estamos dispuestos a dar. Muy al principio de la
Revolución, Fidel dijo una vez: “Nos casaron con la mentira y nos
obligaron a vivir con ella. Por eso nos parece que se hunde el mundo
cuando escuchamos la verdad. Como si no valiera la pena que el mundo se
hundiera, antes que vivir en la mentira.” (*) Aunque parezca
contradictorio, lo cierto es que la forma de ser que teníamos, la más
elevada, la más altruista, además de bien, también nos hizo daño: creó
demasiada seguridad. Fabricamos un mundo en el que, incluso sin
trabajar, algunos podían sobrevivir. Y lo cierto es que somos un país
sin mejores recursos que nosotros mismos, los que lo habitamos.
Si pensamos que es justo que todos tengamos derechos, no debemos
olvidar que también es muy justo que todos aportemos. Porque no se trata
de que por haber nacido nos toquen todas las bondades, y nos las den, y
después nos las sigan dando, como si la vida fuera un interminable
biberón; se trata de que, porque nacimos y somos ayudados a sobrevivir,
tengamos la oportunidad de ganarnos el bien que seamos capaces de
realizar. Ese principio, el derecho a lo honradamente trabajado, debiera
ser nuestra mayor riqueza.
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