viernes, 3 de agosto de 2012

Lorenzo y Felipa

Lorenzo García nació en Santa Fe en 1898, hijo de Crisanto García y de Florencia Fernández, del norte de España, quienes llegaron a nuestro país pocos años antes y se radicaron en la minúscula y pobre Margarita, cerca de Vera. Allí establecieron almacén de ramos generales y adquirieron campos y otros negocios vinculados al agro.

Lorenzo se vino a Santa Fe y se asoció con su hermano Baudilio en la cerealera García Hermanos, en cuyo inmueble actualmente se han establecido diversiones nocturnas y que se encuentra ubicado en la intersección de Bulevar Gálvez y Rivadavia. Todavía se puede ver en la pared oeste del edificio, cerca de la esquina, una placa con la leyenda García Hermanos. El negocio estaba frente a un gran competidor, el Molino Lupotti Franchino y tenían ambos una vía del ferrocarril que llegaba hasta su patio.

Allá por 1920 se casó con Felipa Neri Vigil, otra hija de la inmigración española (Asturias o León), muy jóvenes ambos como se estilaba por aquellos años y se establecieron en una señorial casona sobre Bulevar Gálvez al 1800.

En la cerealera, Lorenzo se encargaba de los análisis de calidad de los cereales y de viajar y tasar las cosechas de los campesinos. Años más tarde la hija del medio, Coca, contaría que siempre renegaba de los "gringos", como se le llama en Santa Fe a la gente proveniente de la europa rubia, mayormente Italia y Suiza (Valais), y sus descendientes. Según Lorenzo eran la gente de menos palabra que él hubiera conocido. En aquellos años no se firmaban papeles y la palabra comprometida era sagrada, salvo para esos "gringos" con los que Lorenzo se topaba. Frecuentemente se olvidaban de la palabra empeñada pocos meses antes con él y le vendían la cosecha a cualquier extraño que le ofreciera 1 centavo más, así fuera una "flor de un día", como le gustaba decir, refiriéndose a empresarios inescrupulosos que seguramente jamás hubieran de volver a ver en sus vidas. "Eso no pasa ni con los criollos, ni con los españoles, ni con los judíos. ¡Con nadie más que con ellos!", se quejaba amargamente de esos gringos.

Lorenzo tenía ideas de un nacionalismo que yo llamo "criollista": Desconfiaba de europeos y yanquis, pero también de los judíos (aunque no tanto). No era muy de avanzada o progresista como diríamos hoy, pero igualmente me parece un pensamiento bastante interesante. No militaba activamente, aunque sabemos que asistía a ciertas reuniones de algún grupo nacionalista muy despoblado.

En 1922 nació Beba, su primer hija, rubia y de ojos claros, de evidente ascendiente visigótico. Al año siguiente nacería Judith, castaña y también de ojos "zarcos" como su hermana (dirían los gauchos: Zarco). en 1924, recibirían a Elsa, castaña y de ojos marrones y un año después Daysi, la menor, morocha y también de ojos marrón claro.

De Felipa, la esposa, decían en el barrio que tenía "la mano verde": Se dedicaba a la jardinería doméstica con un éxito portentoso. Le apasionaban las rosas y lograba colores únicos a fuerza de instinto e injertos intuitivos, sin que hubiera especie vegetal que le resultara esquiva. Justamente trabajando en el rosal estaba, allá por mediados de la década del '40, cuando se desató una de aquellas famosas y furibundas tormentas del verano santafesino. Felipa en el apuro se pinchó con una espina y la mojadura del chaparrón colaboró a desatarle una infección que la puso al borde de la muerte, en aquella era casi pre-penicilina. Fue así que Lorenzo, devoto esposo se puso a remover cielo y tierra buscando una cura para la infección de su amada esposa y madre de sus retoños. Averiguando y molestando a todos sus conocidos, varios de ellos de la profesión médica, terminó viajando a Buenos Aires en donde un catedrático de la Facultad de Medicina de la UBA le facilitó una bolsita con una extraña materia pulverulenta. Sin demorar un segundo, se volvió en su auto a Santa Fe e hizo inyectar a su amada con aquella novedosa sustancia. La cura fue inmediata y esa "magia" científica  luego se populizaría como penicilina.

Pocos años después, Lorenzo, muy fumador, sería diagnosticado de cáncer de pulmón y, en sólo 15 días, la desgracia terminó signando a aquella familia. Las hermanas menor y mayor no trabajaban, aunque por suerte las del medio tenían ya su profesión y puesto estable: Coca (Elsa) como maestra en la localidad de Margarita y Judith como Asistente Social en el gobierno provincial. La familia del hermano y socio de García Hermanos no sólo sufrió la muerte de su guía y sustento, sino que fue estafada por el otro socio-hermano y el traidor abogado de la firma, quienes argumentaron que Lorenzo era "socio minoritario" y casi no tenía parte en la gran riqueza de la empresa. La viuda recibió algunas monedas y, vendiendo la señorial casa familiar, se mudó con sus hijas mayor y menor a las sierras de Córdoba para poner una hostería en la bucólica y rumorosa Aguas de Oro. Sin experiencia hotelera, la empresa quebró en pocos años, ni siquiera las salvó la proverbial capacidad culinaria de Felipa. Las hermanas terminaron empleándose como técnicas en un laboratorio clínico de la ciudad de Córdoba. Supongo que habrán conocido a aquel Bioquímico de tenerlo como huésped en la hostería.

La antigua casona en donde funcionaba el laboratorio tenía hasta ascensor y en ella se les permitió vivir a las entristecidas mujeres. Allí las íbamos a visitar a mi abuela Felipa y mis tías (que de eso pinta esta historia) a fines de la década del '60 con mamá Coca y mis hermanos. Felipa por aquellos años debió haber sufrido algún tipo de demencia senil, probablemente vascular y por aquellos años le decían "Arteriosclerosis", categoría hoy abandonada. Muy poco recuerdo de ella debido a mi escasa edad, apenas una sombra de persona a esa altura, una especie de ente callado y ausente que se movía apenas por la casa sin molestar a nadie. No reconocía a sus hijas, mucho menos a nosotros. Falleció en 1970. 

Misteriosamente, yo recuerdo la iluminación de aquel laboratorio del cual me quedó fijada la imagen de Daysi trajinando, las gradillas de las pipetas de eritrosedimentación con timer empotrado y que mis tías me dejaban controlar y avisarles cuando llegaba la crucial hora de la lectura de los milímetros que había caído el frente de glóbulos rojos, indicador de infección. Es un recuerdo agradable. Hoy sospecho que tal vez, ese atisbo de recuerdo terminó haciendo que un día de diciembre de 1977, en la cola conjunta para la inscripción a Ingeniería Química y Bioquímica en el "octógono" de la UNL, yo me decidiera a último momento por esta última...

En 1971, Daysi, internada en un hospital por una infección de la que otras personas seguramente se hubieran curado, se dejó morir. Finalmente, en 1973, Beba ingirió todo un frasco de babitúricos con cerveza, para reunirse con quienes no hacía mucho la habían dejado desamparada de afecto en este mundo ríspido.

Mi abuelo materno Lorenzo había fallecido de cáncer por el año 1949 como se refirió, mi abuela paterna Clara Benicia González, que dejara esta realidad supongo que a mediados de la década de 1950 y el otro abuelo, paterno, Guillermo Fortunato, que dejara el mundo cerca de 1960 habían hecho de Felipa nuestra única abuela viva, o casi. En realidad su persona e intelecto sospecho que habían muerto hacía muchos años, tal vez contemporáneamente a la traición de su cuñado y del abogado a quien ella consideraba "un amigo de la familia incapaz de traicionarlas", como respondía a las demandas de Judith y Coca de que buscara ayuda de otro profesional porque, evidentemente, la estaban estafando. Es tal vez esa misma ingenuidad y fidelidad la que nos ha sido dada en herencia a nuestra estirpe.





Esteban Cámara
Santa Fe, 03 de agosto de 2012






2 comentarios:

  1. Historia impresionante...y parte de del resurgimiento de Santa Fe,,,, relato que detalla el amor, la tristeza y la nación! Qué interesante sería que hagas con esta base un libro...Dale, de fondo la historia de Santa Fe...seguro que tendrás por ahí, otros dichos de tu bisabuelo...anímate...

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