viernes, 15 de mayo de 2015

Los emisarios

La última tarde en Varadero
el mar estaba furioso.
Grandes olas provocaban a la
inmóvil arena.
Se arremolinaban y tronaban.
Generaban cambiantes figuras
de agua azul y
espuma blanca.
Se movían hacia el oeste.

Yo lo atribuí a pueril
berrinche de amante ante la breve separación,
próxima.

Una hilera de pequeños peces
multicolores
pasó casi entre mis piernas
hacia el oeste.
Insólito, pensé.

Una gran ave color arena
rozó las olas a metros de mi cabeza
buscando pesca
con precisión jurásica.
Yo no era su presa:
simple espectador.
Volaba hacia el oeste,
siempre.

“Tranquila, agua”, pensé:
“Mañana nos volveremos a ver desde
unos pocos kilómetros.
también,
hacia el oeste.”

¿Por qué tan ansiosa,
Agua de mar?, susurraba.
Me decía.
Te decía.

Nadaba con mis antiparras
y el lecho marino mostraba
una cantidad inusual de caracoles.
Su caparazón, cónico,
marrón y blanco.

Recién dias después entendi el secreto,
agua:
Me marcaban el camino,
los emisarios.

No estabas celosa,
no era berrinche.
Era ansiedad.
Las olas briosas y tus
criaturas,
casi no podían evitar manifestar
tu ansiedad.
Una ansiedad gozoza.
Infantil y dulce,
traviesa.

Siempre fui un hombre del agua.
Río, lago, mar
piscina
o lo que fuera.
El agua me ecualiza,
descarga mis nervios
y diluye ansiedades.
Me da fuerza y tranquilidad.
Y poder a mi pensamiento.

Y el oleaje me llevó al día siguiente
a encallar contra canela aterciopelada,
náufrago,
indefenso: Suri.

Sé que era ansiedad la tuya,
agua,
porque no fallara lo que se venía:
quisiste recompensar mi amor de décadas.

Devoción desconocida aún por mí,
Yemanyá.





Esteban Cámara

Santa Fe, 15 de mayo de 2015

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